Susurros en el viento ...
No es momento de tomar decisiones rápidas, es momento de cometer errores, de subirse al tren equivocado y extraviarse, de enamorarse... A menudo. De cambiar de idea y volver a cambiar, porque no hay nada permanente, asique cometer todos los errores que podáis y algún día cuando nos pregunten lo que queremos ser no tendremos que adivinarlo, lo sabremos.
jueves, 31 de marzo de 2011
Como un soplo de aire, tan... gélido II
Ella se encontraba tirada en su cama, descansando, con un gesto totalmente despreocupado, pero con los ojos muy abiertos, esperando una llamada muy importante, o alguna señal que le haga sonreír. Jugueteaba con un colgante que yacía sobre su cuello, nunca podrá olvidar su significado...
No quería recordarlo, aunque al fin y al cabo, actualmente, no tenía motivos para no hacerlo.
Se aburría, ya eran las seis de la tarde, y no había recibido señal alguna. Se asomó a la ventana, y se sentó en el alféizar, para dejar colgar los pies, sin preocuparse si quiera el que fuera a caerse, aunque mas bien, eso la relajaba, ya que sentía las gotas chocando contra su piel, de forma suave. La lluvia siempre la había relajado, siempre, quizás porque se acordaba de aquel último día de verano... Sacudió la cabeza, no quería acordarse de aquello, lo enterró, en lo mas profundo de su corazón, pero aquellos recuerdos habían salido a la luz... de forma inexplicable. Arqueó ligeramente el cuello, y cerró los ojos, así consiguió relajarse del todo, mientras balanceaba los pies, con lentitud, y apoyaba las manos en el alféizar de la ventana. Llevaba el camisón que se ponía para dormir, se encontraba ligeramente mojado, pero no le importó, y tampoco le importaron los gritos de su hermano pequeño, hacía caso omiso ante esto, y ante el ruido que producía el tráfico, en la calle que se encontraba bajo sus pies.
Desde un noveno, las vistas eran totalmente estremecedoras, y más, estando en esa posición un tanto suicida, pero esos pensamientos no estaban en su mente, ésta última, la tenía muy lejos de aquí...
Por fin, sintió un sonido, que le hizo dar un respingo, y hacer fuerza con las manos para no caerse. Se giró sobre si misma, hasta quedar en el suelo, con ambos pies en éste, sintiendo así la frialdad que desprendía. No le importó. Avanzó hacia su portátil que se encontraba con una ventana, en el centro. Una ventana, de bordes azules, que en lo alto, llevaba puesto su nombre, en negrita: “Marco”. Ella pensaba que la llamaría, pero no, utilizó el método mas rápido y eficaz que utilizaban todos los adolescentes: “el messenger”.
Suponía que intentaría comunicarse con ella por otro método más... ¿bonito? Quien sabe lo que pasaría por la cabeza de Marco, aunque al fin y al cabo, era eficaz.
Dio click a uno de los extremos de la ventanita, y tiro de éste un poco hacia abajo, para hacerla mas grande, y poder ver todo con mas claridad. Seguidamente, dio otro click en una ventana blanca, un poco mas pequeña, que se encontraba en la ventana grande anterior, y se dispuso a escribir:
-”Hola pequeño... ¿No tienes algo que decirme?”
-”Sí, solo quería quedar contigo hoy”
-”Esperaba que dijeras eso”
-”Pues ya lo he dicho :)”
-”¿A que hora te viene bien?”
-”¿Ahora mismo? ¿En la plaza de la estatua? La de siempre...”
-”Muy bien, pues ahora nos vemos allí, un beso”.
...”Marco se ha desconectado” Esas palabras se encontraban plasmadas en un pequeño rectángulo que apareció de repente a la derecha, justo abajo del todo.
A Rocío se le entristeció un poco el rostro, porque ni si quiera había tenido oportunidad de despedirse, pero no importaba, tenía mucho que hacer, ya casi tenía que bajar a la plaza, porque Marco tan solo tardaba un cuarto de hora, y para alguien tan presumida como ella, no le daba tiempo a hacer nada.
Corrió hacia el armario, y lo abrió de golpe, dejando al descubierto su gran repertorio de ropa. Empezó a sacar las primeras prendas que pilló, descontroladamente, y las tiró sobre la cama, una encima de otra, sin preocuparse si quiera por ellas. Cuando se cansó de sacar las prendas que veía apropiadas, se sentó sobre la cama, y empezó a mirarlas con atención, desviando la vista hacia la ventana varias veces, preguntándose si no pasaría frío. No pensaba con claridad, ya que ha ella le encantaba el frío, pero estaba algo eufórica por el futuro suceso de esa tarde.
Eligió ponerse sus vaqueros favoritos, con una rapidez sobrehumana. Luego se calzó sus zapatillas Nike favoritas, con el logotipo en azul marino, y se puso la sudadera que encontró en un rincón del armario. Era gris, algo desgastada, y tenía pinta de ser de esas típicas que eran muy caras. La recordaba bien, y aún llevaba aquel olor... El olor de él, aquel olor que la visitaba por las noches, aquel olor inolvidable.
Corrió desesperadamente hacia el tocador que se encontraba enfrente de la cama. Delante del espejo, se atusó el pelo, imaginando que se podría hacer en el pelo, pero no se molestó mucho. Recogió todos los mechones en una coleta alta, que le favorecía bastante, ya que dejaba a la vista sus grandes y expresivos ojos verdes, y éstos, siempre iban tapados con el flequillo recto que se había hecho en la peluquería días atrás. No le gustaba, mas bien le agobiaba, pero no quería que tocasen más su pelo, le ponía algo nerviosa. Se miró al espejo, e hizo una extraña mueca, ya que no le convencía lo que se había hecho, pero chasqueó los dedos, ya que se le ocurrió la solución. Abrió el cajón, del tocador, y sacó un maletín que colocó delante del espejo, lo abrió, dejando a la vista un montón de pinturas, de maquillaje.
Se puso manos a la obra. Se pintó la raya de los ojos, y se puso rímel, todo muy rápido. Cogió el pinta labios de un color ligeramente rojo, y se lo aplicó sobre los labios, con cuidado, y con suavidad.
Cogió el móvil, las llaves de casa, y se encaminó hacia la puerta. Allí se encontró a su hermano pequeño, de cinco años, Guillermo, que la miraba fijamente, con gesto interrogante. Rocío le revolvió el pelo, en un gesto de cariño, se agachó, para colocarse a su altura y besó su mejilla con fuerza.
-Ahora vengo Guille, se bueno.
jueves, 27 de enero de 2011
Como un soplo de aire, tan... gélido I
“Nunca pensé que una sonrisa iba a darme tanto...” Pensó él de camino a casa.
Aún seguía conmocionado por el suceso de aquella tarde. Recordaba una y otra vez su pasado, y como cambió tan drásticamente al conocerla a ella. Dicen que el amor te cambia... ¿No? Quien sabe, muchos hablan de él, pero pocos lo han visto.
De pronto, dió un respingo al notar una especie de vibración en el bolsillo derecho de sus vaqueros. Se llevó la mano al pecho, aliviado, al ver que solo era un mensaje de ella. De Rocío. Suspiraba cada vez que oía su nombre, o veía cualquier mensaje suyo, llamada, señal... Llevaba enamorada de ella desde hace nueve años, y poseía fotos de cuando eran pequeños, ya que veraneaban juntos siempre.
Se quedó absorto en sus pensamientos, y esa pequeña vibración le hizo volver a la realidad.
"Gracias por hacerme desconectar, lo necesitaba... Te quiero Marco, mucho. Necesito verte de nuevo."
Poco a poco que iba leyendo todas y cada una de sus palabras, una pequeña sonrisa cubrió su rostro; una sonrisa llena de amor y felicidad. Pocas veces sonreía de aquella forma. De aquella forma tan sincera... Se sentía poderoso, como si nada ni nadie pudiera tocarlo. Se sentía fuerte, inmune, y a la vez débil, y cobarde.
¿Que ironía verdad? Llevaba casi un año sin saber de ella. Sus caminos se separaron al tener que irse a la Universidad, y eso, le conmocionó muchísimo, más de lo que pudiera imaginar. Intentaron hablar, pero metieron la cabeza de tal forma en los libros, que no tenían ni tiempo para respirar.
Dicen que los encuentros no suceden por casualidad, o la gran mayoría de ellos, pero este, en general, estaba claro que era obra de el destino, o de algo parecido.
No solo él sentía algo por ella, Rocío también se enamoró de él hace años, pero ella pensaba que no era correspondida, y en cierta parte, se intentó alejar de él. Y cuando lo vió aquella tarde de marzo, la muralla que ella había construido alrededor de su corazón contra él, había desaparecido, como por arte de magia, y se sentía totalmente desnuda, totalmente desprotegida. Necesitaba verle, necesitaba verle sonreír, enamorarse otra vez de aquella sonrisa que iluminaba toda la ciudad, que brillaba más que miles de estrellas juntas.
Pero él no lo sabía, las cosas se habían complicado mucho desde la última vez, y esta tarde solo habían intercambiado palabras, que para ellos eran totalmente insignificantes, pero que escondían mensajes que solamente su corazón podía descifrarlos.
Ambos entraron en las vidas del otro, como un soplo de aire fresco, frío, estremecedor. Agradable en parte, pero, a los dos les daba miedo sentir aquel sentimiento, de cuando eran niños, que parecía haber regresado a sus vidas tan de repente, tan drásticamente.
Al día siguiente, él había decidido ir a verla, con desesperación, porque necesitaba saber de ella, necesitaba ver aquel brillo tan especial en su mirada.
Sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta, y marcó su número, con tal rapidez, que parecía que estuviera ensayando toda la vida para ello.
-R-Rocío... -tartamudeaba, sin poder ni si quiera evitarlo, debido al nerviosismo-.
-Mi pequeño... -desde la otra línea, aquella chica, se mordía el labio, con suavidad-.
-Necesito verte de nuevo, ha pasado mucho tiempo.
-Lo sé, yo también necesito verte, y contarte todo lo que te has perdido.
-Bueno... yo también necesito contarte una cosa, pero, solo quiero pedirte algo.
-Lo que quieras, cuéntame.
-Cuando te cuente lo que te tengo que contar, te pido que no me odies...
-”Ro”... -él la llamaba así cuando solamente estaban en sexto de primaria, pero se acordaba como si fuera el primer día- ...No podría odiarte, lo sabes, ¿no?
-Esto va a cambiar drásticamente nuestra relación, más, el mundo que hemos formado entre los dos.
-¿Hace cuanto que no lo visitamos?
-Años... Hemos dejado todos los recuerdos estancados en él.
-Tranquila, allí nos dejamos algo mucho más importante.
-¿Te refieres a...?
-Sí...
-Ha pasado tanto tiempo...
-No te preocupes, tengo que volver, pero te necesito a ti. Nada me queda a mi, sin ti.
jueves, 16 de diciembre de 2010
Como un día de lluvia.
<< Sólo una sensación... Nada más, es sólo una sensación... >>
- Lucy... ¡Lucy! ¡Despierta!
Ese preciso instante fue como volver a la realidad, volver a su propia cabeza después de estar perdida en cualquier sitio, cualquier parte de su mente, o mejor dicho, de los rincones más profundos de ésta.
De nuevo, volvía a tener esa sensación de que alguien la seguía. No era la primera vez, llevaba un tiempo sintiéndose observada, pero nunca había llegado a pasar nada, aunque la sensación seguía ahí... Casi nunca desaparecía. Pero era imposible. ¿Cuántas veces se había dado la vuelta para comprobarlo? Ya había perdido la cuenta, y aunque mirase en los rincones más apartados, no conseguía ver nada, ni una sombra.
- Lucy, estás distraída... ¿Podemos ir más deprisa? Voy a llegar tarde a casa...
Sentía la mano de Arthur, su novio, tirando de ella, y eso fue más bien lo que la devolvió a la realidad. Tenía razón, se había echo tarde, y los dos deberían estar en sus propias casa dentro de poco. Es increíble lo rápido que puede pasar un par de horas y lo despacio que pueden pasar un par de minutos en ocasiones.
- Tienes razón. Vamos.
La sensación desapareció. Una oleada de calma la inundó de pies a cabeza, hasta hacerla sonreir, olvidarse de eso.
Dejó a Arthur varias calles más adelante, justo en frente de su casa, y emprendió el camino de la suya. No había casi personas deambulando a aquellas horas. Aunque eran las siete de la tarde, el cielo ya había tomado un color oscuro, y la gente estaba acostumbrada a caminar a la luz del día, con cierto temor a la noche y a sus sombras. Ella no estaba asustada, adoraba la noche y todo lo relacionado con ella, pero se hubiera sentido más tranquila si no volviera a sentir que alguien la seguía. Aceleró el paso, hasta casi a echar a correr, decidiendo que lo mejor sería atajar por uno de los mil callejones que conocía que le servirían para llegar antes a casa. Giró a la derecha, acelerando aún más la carrera cuando chocó contra algo, con tanta fuerza de hacerla caer al suelo. Alzó la vista con rapidez, observando a una figura ante ella. No había a penas luz, y estaba algo aturdida por el golpe, por lo que no pudo apreciar gran cosa, sólo la figura de un joven.
- Vaya... ¿No te han enseñado que las prisas no son buenas?
Unos brazos la alzaron con rapidez del suelo, pero a la vez con delicadeza. Observó al joven que tenía delante con algo más de atención. Tenía unos grandes ojos azules, y su cabello rubio, algo rizado, le cubría parte del rostro. Tenía una tez blanquecina, demasiado, casi fantasmagórica, pero ello no quitaba que el joven era realmente atractivo.
- Lo... Lo siento, me he puesto nerviosa, pensé que me seguían, y no sabía hacia donde corría.
- No malgastes saliva, no te esfuerces. ¿Qué sentías?
Ya era raro encontrarse con alguien a esas horas de la tarde-noche, pero más raro era que un desconocido le preguntara acerca de sus sentimientos.
- No sé quien eres, no te conozco, no tengo porque hablarte de mis sentimientos.
- ¿Por qué estás tan segura de que no me conoces?
- Nunca antes te había visto.
- No, eso es cierto, pero me has sentido.
- Eso es mentira.
- Busca en tu mente, estoy seguro de que lo encontrarás. Llevas sintiéndote perseguida desde hace mucho tiempo, esa sensación de angustia, de tener ganas de echar a correr hacia casa, o algún lugar seguro, cuando en realidad nada ni nadie es seguro. Tú lo sabes bien.
- ¿Cómo lo sabes tú?
- Porque he tenido esa sensación millones de vez, hasta que el reloj de arena se ha invertido. Ahora yo soy el cazador, y tu la presa, pero volverá a invertirse. Ahora tu serás el cazador, y yo solo seré un vago recuerdo, pero no dejaré de cazar.
Sin darle tiempo a contestarle, ni en pensar verdaderamente en lo que sus palabras significaban, él se avalanzó sobre ella. Trató de gritar, pero sus palabras se quedaron ahogadas en la garganta cuando sintió su aliento sobre el cuello y, seguidamente, la punzada de dos colmillos. A partir de ese momento, oscuridad, miedo, agonía, éxtasis. Veía imágenes proyectadas en su mente que no sabía de donde procedían. Se enriquecía de cada detalle que esas imágenes le mostraban, pero sin entender del todo su significado, y luego, por fin, el silencio, oscuridad de nuevo, pero sin imágenes. El fin, pero a su vez, comienzo de algo nuevo.
En algún momento de la tarde, empezó a llover. Quizás hubiera sido mientras su cuerpo moría, o quizás mucho antes, mientras sentía esa sensación de éxtasis. La situación había dado un giro demasiado grande. Ahora era ella quien no temía a nada, ya no sentía la sensación de ser perseguida, pero era normal, ¿no? Todo había acabado. O por el contrario... No había echo nada más que empezar. Sus sentidos se habían agudizado, podía escuchar las voces de personas desconocidas a otros lados de la calle, o en sus propias casas. Su visión se había vuelto también mucho más aguda, llegaba a alcanzar con la mirada todo pequeño detalle que la rodeaba, y con la claridad que veía le asombraba a ella misma.
<< Ahora tú serás el cazador. >>
Las palabras volvieron a golpearla en su mente. Su mundo entero pareció venirse abajo. No era posible, ¿por qué ella? Ella no quería eso, aún seguía teniendo un malestar encima, notaba la falta de algo, pero no sabía el qué.
- Lucy... ¡Lucy! ¡Despierta!
Ese preciso instante fue como volver a la realidad, volver a su propia cabeza después de estar perdida en cualquier sitio, cualquier parte de su mente, o mejor dicho, de los rincones más profundos de ésta.
De nuevo, volvía a tener esa sensación de que alguien la seguía. No era la primera vez, llevaba un tiempo sintiéndose observada, pero nunca había llegado a pasar nada, aunque la sensación seguía ahí... Casi nunca desaparecía. Pero era imposible. ¿Cuántas veces se había dado la vuelta para comprobarlo? Ya había perdido la cuenta, y aunque mirase en los rincones más apartados, no conseguía ver nada, ni una sombra.
- Lucy, estás distraída... ¿Podemos ir más deprisa? Voy a llegar tarde a casa...
Sentía la mano de Arthur, su novio, tirando de ella, y eso fue más bien lo que la devolvió a la realidad. Tenía razón, se había echo tarde, y los dos deberían estar en sus propias casa dentro de poco. Es increíble lo rápido que puede pasar un par de horas y lo despacio que pueden pasar un par de minutos en ocasiones.
- Tienes razón. Vamos.
La sensación desapareció. Una oleada de calma la inundó de pies a cabeza, hasta hacerla sonreir, olvidarse de eso.
Dejó a Arthur varias calles más adelante, justo en frente de su casa, y emprendió el camino de la suya. No había casi personas deambulando a aquellas horas. Aunque eran las siete de la tarde, el cielo ya había tomado un color oscuro, y la gente estaba acostumbrada a caminar a la luz del día, con cierto temor a la noche y a sus sombras. Ella no estaba asustada, adoraba la noche y todo lo relacionado con ella, pero se hubiera sentido más tranquila si no volviera a sentir que alguien la seguía. Aceleró el paso, hasta casi a echar a correr, decidiendo que lo mejor sería atajar por uno de los mil callejones que conocía que le servirían para llegar antes a casa. Giró a la derecha, acelerando aún más la carrera cuando chocó contra algo, con tanta fuerza de hacerla caer al suelo. Alzó la vista con rapidez, observando a una figura ante ella. No había a penas luz, y estaba algo aturdida por el golpe, por lo que no pudo apreciar gran cosa, sólo la figura de un joven.
- Vaya... ¿No te han enseñado que las prisas no son buenas?
Unos brazos la alzaron con rapidez del suelo, pero a la vez con delicadeza. Observó al joven que tenía delante con algo más de atención. Tenía unos grandes ojos azules, y su cabello rubio, algo rizado, le cubría parte del rostro. Tenía una tez blanquecina, demasiado, casi fantasmagórica, pero ello no quitaba que el joven era realmente atractivo.
- Lo... Lo siento, me he puesto nerviosa, pensé que me seguían, y no sabía hacia donde corría.
- No malgastes saliva, no te esfuerces. ¿Qué sentías?
Ya era raro encontrarse con alguien a esas horas de la tarde-noche, pero más raro era que un desconocido le preguntara acerca de sus sentimientos.
- No sé quien eres, no te conozco, no tengo porque hablarte de mis sentimientos.
- ¿Por qué estás tan segura de que no me conoces?
- Nunca antes te había visto.
- No, eso es cierto, pero me has sentido.
- Eso es mentira.
- Busca en tu mente, estoy seguro de que lo encontrarás. Llevas sintiéndote perseguida desde hace mucho tiempo, esa sensación de angustia, de tener ganas de echar a correr hacia casa, o algún lugar seguro, cuando en realidad nada ni nadie es seguro. Tú lo sabes bien.
- ¿Cómo lo sabes tú?
- Porque he tenido esa sensación millones de vez, hasta que el reloj de arena se ha invertido. Ahora yo soy el cazador, y tu la presa, pero volverá a invertirse. Ahora tu serás el cazador, y yo solo seré un vago recuerdo, pero no dejaré de cazar.
Sin darle tiempo a contestarle, ni en pensar verdaderamente en lo que sus palabras significaban, él se avalanzó sobre ella. Trató de gritar, pero sus palabras se quedaron ahogadas en la garganta cuando sintió su aliento sobre el cuello y, seguidamente, la punzada de dos colmillos. A partir de ese momento, oscuridad, miedo, agonía, éxtasis. Veía imágenes proyectadas en su mente que no sabía de donde procedían. Se enriquecía de cada detalle que esas imágenes le mostraban, pero sin entender del todo su significado, y luego, por fin, el silencio, oscuridad de nuevo, pero sin imágenes. El fin, pero a su vez, comienzo de algo nuevo.
En algún momento de la tarde, empezó a llover. Quizás hubiera sido mientras su cuerpo moría, o quizás mucho antes, mientras sentía esa sensación de éxtasis. La situación había dado un giro demasiado grande. Ahora era ella quien no temía a nada, ya no sentía la sensación de ser perseguida, pero era normal, ¿no? Todo había acabado. O por el contrario... No había echo nada más que empezar. Sus sentidos se habían agudizado, podía escuchar las voces de personas desconocidas a otros lados de la calle, o en sus propias casas. Su visión se había vuelto también mucho más aguda, llegaba a alcanzar con la mirada todo pequeño detalle que la rodeaba, y con la claridad que veía le asombraba a ella misma.
<< Ahora tú serás el cazador. >>
Las palabras volvieron a golpearla en su mente. Su mundo entero pareció venirse abajo. No era posible, ¿por qué ella? Ella no quería eso, aún seguía teniendo un malestar encima, notaba la falta de algo, pero no sabía el qué.
Desesperación. Se llevó las manos a la cabeza, presionándolas contra los costados de ésta. Era demasiado el ruido que sentía dentro de su propia mente, demasiadas voces. Quiso gritar, pero no era capaz a emitir sonido alguno.
Echó a correr, optando por seguir la primera idea que se dibujó en su mente.
Echó a correr, optando por seguir la primera idea que se dibujó en su mente.
- Necesitamos su ayuda.
Mediodía, del día siguiente. Arthur, y sus dos amigos se encontraban en una amplia habitación, sin apenas muebles, sólo decorada con una gran mesa en el centro y varias sillas. Sólo había una cosa que no encajaba con esa sala. En realidad no encajaba con nada.
En una esquina, algo apartado, se encontra un ataúd, con la tapa entreabierta, dejando a la vista el cuerpo de Lucy, con la más calmada expresión del mundo.
Van Helsing les miraba. Ellos estaban seguros de que él sabría la respuesta, tenía que conocerla.
Lucy necesitaba ser libre, debía dejar su alma ir en paz.
Mediodía, del día siguiente. Arthur, y sus dos amigos se encontraban en una amplia habitación, sin apenas muebles, sólo decorada con una gran mesa en el centro y varias sillas. Sólo había una cosa que no encajaba con esa sala. En realidad no encajaba con nada.
En una esquina, algo apartado, se encontra un ataúd, con la tapa entreabierta, dejando a la vista el cuerpo de Lucy, con la más calmada expresión del mundo.
Van Helsing les miraba. Ellos estaban seguros de que él sabría la respuesta, tenía que conocerla.
Lucy necesitaba ser libre, debía dejar su alma ir en paz.
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