jueves, 16 de diciembre de 2010

Como un día de lluvia.

<< Sólo una sensación... Nada más, es sólo una sensación... >>
- Lucy... ¡Lucy! ¡Despierta!
Ese preciso instante fue como volver a la realidad, volver a su propia cabeza después de estar perdida en cualquier sitio, cualquier parte de su mente, o mejor dicho, de los rincones más profundos de ésta.
De nuevo, volvía a tener esa sensación de que alguien la seguía. No era la primera vez, llevaba un tiempo sintiéndose observada, pero nunca había llegado a pasar nada, aunque la sensación seguía ahí... Casi nunca desaparecía. Pero era imposible. ¿Cuántas veces se había dado la vuelta para comprobarlo? Ya había perdido la cuenta, y aunque mirase en los rincones más apartados, no conseguía ver nada, ni una sombra.
- Lucy, estás distraída... ¿Podemos ir más deprisa? Voy a llegar tarde a casa...
Sentía la mano de Arthur, su novio, tirando de ella, y eso fue más bien lo que la devolvió a la realidad. Tenía razón, se había echo tarde, y los dos deberían estar en sus propias casa dentro de poco. Es increíble lo rápido que puede pasar un par de horas y lo despacio que pueden pasar un par de minutos en ocasiones.
- Tienes razón. Vamos.
La sensación desapareció. Una oleada de calma la inundó de pies a cabeza, hasta hacerla sonreir, olvidarse de eso.
Dejó a Arthur varias calles más adelante, justo en frente de su casa, y emprendió el camino de la suya. No había casi personas deambulando a aquellas horas. Aunque eran las siete de la tarde, el cielo ya había tomado un color oscuro, y la gente estaba acostumbrada a caminar a la luz del día, con cierto temor a la noche y a sus sombras. Ella no estaba asustada, adoraba la noche y todo lo relacionado con ella, pero se hubiera sentido más tranquila si no volviera a sentir que alguien la seguía. Aceleró el paso, hasta casi a echar a correr, decidiendo que lo mejor sería atajar por uno de los mil callejones que conocía que le servirían para llegar antes a casa. Giró a la derecha, acelerando aún más la carrera cuando chocó contra algo, con tanta fuerza de hacerla caer al suelo. Alzó la vista con rapidez, observando a una figura ante ella. No había a penas luz, y estaba algo aturdida por el golpe, por lo que no pudo apreciar gran cosa, sólo la figura de un joven.
- Vaya... ¿No te han enseñado que las prisas no son buenas?
Unos brazos la alzaron con rapidez del suelo, pero a la vez con delicadeza. Observó al joven que tenía delante con algo más de atención. Tenía unos grandes ojos azules, y su cabello rubio, algo rizado, le cubría parte del rostro. Tenía una tez blanquecina, demasiado, casi fantasmagórica, pero ello no quitaba que el joven era realmente atractivo.

- Lo... Lo siento, me he puesto nerviosa, pensé que me seguían, y no sabía hacia donde corría.
- No malgastes saliva, no te esfuerces. ¿Qué sentías?
Ya era raro encontrarse con alguien a esas horas de la tarde-noche, pero más raro era que un desconocido le preguntara acerca de sus sentimientos.
- No sé quien eres, no te conozco, no tengo porque hablarte de mis sentimientos.
- ¿Por qué estás tan segura de que no me conoces?
- Nunca antes te había visto.
- No, eso es cierto, pero me has sentido.
- Eso es mentira.
- Busca en tu mente, estoy seguro de que lo encontrarás. Llevas sintiéndote perseguida desde hace mucho tiempo, esa sensación de angustia, de tener ganas de echar a correr hacia casa, o algún lugar seguro, cuando en realidad nada ni nadie es seguro. Tú lo sabes bien.
- ¿Cómo lo sabes tú?
- Porque he tenido esa sensación millones de vez, hasta que el reloj de arena se ha invertido. Ahora yo soy el cazador, y tu la presa, pero volverá a invertirse. Ahora tu serás el cazador, y yo solo seré un vago recuerdo, pero no dejaré de cazar.
Sin darle tiempo a contestarle, ni en pensar verdaderamente en lo que sus palabras significaban, él se avalanzó sobre ella. Trató de gritar, pero sus palabras se quedaron ahogadas en la garganta cuando sintió su aliento sobre el cuello y, seguidamente, la punzada de dos colmillos. A partir de ese momento, oscuridad, miedo, agonía, éxtasis. Veía imágenes proyectadas en su mente que no sabía de donde procedían. Se enriquecía de cada detalle que esas imágenes le mostraban, pero sin entender del todo su significado, y luego, por fin, el silencio, oscuridad de nuevo, pero sin imágenes. El fin, pero a su vez, comienzo de algo nuevo.



En algún momento de la tarde, empezó a llover. Quizás hubiera sido mientras su cuerpo moría, o quizás mucho antes, mientras sentía esa sensación de éxtasis. La situación había dado un giro demasiado grande. Ahora era ella quien no temía a nada, ya no sentía la sensación de ser perseguida, pero era normal, ¿no? Todo había acabado. O por el contrario... No había echo nada más que empezar. Sus sentidos se habían agudizado, podía escuchar las voces de personas desconocidas a otros lados de la calle, o en sus propias casas. Su visión se había vuelto también mucho más aguda, llegaba a alcanzar con la mirada todo pequeño detalle que la rodeaba, y con la claridad que veía le asombraba a ella misma.
<< Ahora tú serás el cazador. >>
Las palabras volvieron a golpearla en su mente. Su mundo entero pareció venirse abajo. No era posible, ¿por qué ella? Ella no quería eso, aún seguía teniendo un malestar encima, notaba la falta de algo, pero no sabía el qué.

Desesperación. Se llevó las manos a la cabeza, presionándolas contra los costados de ésta. Era demasiado el ruido que sentía dentro de su propia mente, demasiadas voces. Quiso gritar, pero no era capaz a emitir sonido alguno.
Echó a correr, optando por seguir la primera idea que se dibujó en su mente.

- Necesitamos su ayuda.
Mediodía, del día siguiente. Arthur, y sus dos amigos se encontraban en una amplia habitación, sin apenas muebles, sólo decorada con una gran mesa en el centro y varias sillas. Sólo había una cosa que no encajaba con esa sala. En realidad no encajaba con nada.
En una esquina, algo apartado, se encontra un ataúd, con la tapa entreabierta, dejando a la vista el cuerpo de Lucy, con la más calmada expresión del mundo.
Van Helsing les miraba. Ellos estaban seguros de que él sabría la respuesta, tenía que conocerla.
Lucy necesitaba ser libre, debía dejar su alma ir en paz.

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